martes, 8 de abril de 2014

Primer paso, de Pilar Rahola en La Vanguardia


Primer paso, de Pilar Rahola en La Vanguardia



OPINIÓN
Apesar de que las expectativas están frustradas de inicio, porque sabemos cómo acabará el día, el día en cuestión es de una gran trascendencia. Lo avala el ruido atronador de los micrófonos, las declaraciones en tromba de los partidos, la solemnidad con que el Parlament envía a sus representantes e incluso lo avala la entrevista apresurada del presidente del Constitucional, para asegurar que no habían dicho lo que habían dicho, no fuera caso que se hubiera entendido lo que se entendió pero que ahora no quieren que se entienda. Es decir, todos sabemos que hoy dirán no a las aspiraciones catalanas, pero también sabemos que no es el final de nada, sino el inicio de todo. Y lo sabemos aquí y… acullá. Hoy, pues, el Congreso vivirá un momento que puede ser fugaz y, sin embargo, ha nacido para cambiar la historia. Como decía Barbeta en RAC1, hoy se cierra la transición política, no en vano se han dinamitado las complicidades territoriales que le daban sentido. Y nada de lo que pase después será igual, porque todo ha cambiado definitivamente.
Lo primero, constatar la tristeza del acto. Hoy, una de las democracias más antiguas del mundo necesitará pedir permiso para poder ejercer la democracia, y un Estado se lo negará en nombre de la democracia. En un rizo, pues, de perverso simbolismo, un parlamento secuestrará la voluntad de otro parlamento, y el choque de legitimidades quedará servido. A través de Jordi Turull, Marta Rovira i Joan Herrera, una nación con mil años de historia volverá a ser ninguneada por el Estado que no la reconoce. Por supuesto las voces del no abusarán del término democracia, necesitados de mucha justificación retórica para camuflar lo obvio: que en nombre de las leyes se niegan las urnas. Y ello pasará con una comparativa que es sangrante: en Escocia, con solo un 51% de su Parlamento a favor de la consulta, la Gran Bretaña ha dado permiso; en España, con más de un 70% del Parlament a favor, la respuesta es el ninguneo. Sin embargo, y como expresan las voces españolas más sensatas, ese no del Congreso ni resolverá nada ni parará nada. Primero, porque, como decía Gabilondo –y también un interesante artículo en Bloomberg–, no se frena la voluntad mayoritaria de un pueblo a golpe de ley y presión política. Y si algo queda claro con la presencia de tres representantes catalanes del acuerdo de la consulta es que este proceso está fuertemente imbricado en la sociedad catalana. Ni es un capricho político, ni es una frivolidad.
Hoy, pues, nada acaba y todo empieza, porque los caminos de la consulta son tan diversos como sólidos. Y, aunque todos estamos metidos en un lío considerable, el que tiene la peor carta es el que dice no a la democracia. Puede que no lo sepan en las cuevas de la FAES, o en los despachos danzarines del viejo psoesismo, pero no es Catalunya quien pierde con este no. Es España. Al tiempo.

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